Quedó en venir a las seis. Yo estoy sentado en el sillón, ya completamente sumergido en el espíritu de la espera. Faltan todavía veinte minutos. No es tiempo suficiente como para ponerme a trabajar en el informe, por menos de una hora no tiene sentido encender la computadora y preparar mate.
¿Cómo puedo aprovechar el tiempo? Tengo un ejemplar de los Cuentos Completos de García Márquez apoyado en la mesa ratona. Me toca leer uno que se titula “Amargura para tres sonámbulos”, de cinco páginas.
Sobra tiempo, hasta puedo desperdiciar unos minutos pensando si no me conviene hacer otra cosa. Intentar unos versos, hacer flexiones de brazos, lavar platos. Empiezo a darme golpecitos en las rodillas con las palmas de las manos.
Recuerdo las noticias: otro año perdido, otro gobierno perdido. Como si fuera poco, está haciendo un frío que corta los labios y azula los dedos. Si el día de las elecciones llegara a hacer tanto frío como ahora, ¿tiene sentido ir a votar? ¿Alguna de las opciones vale el esfuerzo de salir a la calle y caminar hasta el colegio público?
No dejo de golpearme las rodillas. Sin levantarme del sillón, dirijo la mirada al ventanal y alcanzo a observar el edificio de enfrente. La luz del sol se ve tenue y anaranjada, como retirándose. Se ven las sombras larguísimas que dibujan los recovecos de la fachada.
Faltan quince minutos. Tomo el libro y me pongo a leer. “Sentados en triángulo, la imaginábamos allá adentro, abstracta, incapacitada hasta para escuchar los innumerables relojes que medían el ritmo, marcado y minucioso, en que se iba convirtiendo en polvo.”
No puedo concentrarme tanto como quisiera. La espera me tiene en ese estado de transición, en ese ya no estar en nuestra actividad actual pero tampoco todavía en la siguiente. Me siento inquieto, ansioso, no logro retener debidamente las oraciones. Tal vez tenga que volver a leer estas páginas, tal vez sea mejor quedarme con esta idea vaga e imprecisa, con esta sensación de fragilidad y tristeza. Quién sabe si no era esa la intención del autor, si esto que atribuyo a mi estado de ánimo no está en verdad impregnado en el texto mismo.
Termino de leer el cuento y son justo las seis de la tarde. Todavía no llega. Releo algunos párrafos, siempre con la misma ineficacia. Tengo la sensación de resbalar por las palabras.
Ya debería escuchar el timbre. Reviso si hay mensajes en el celular. Nada. Por lo menos, ahora resulta más fácil decidir qué hacer: lavar los platos es una actividad que se puede interrumpir en cualquier momento.
El agua sale del grifo en un chorro espumoso, casi blanco, homogéneo hasta el punto de dar una cierta imagen de solidez. Lo toco y se deshace, adopta distintas formas según pongo el dedo. Cuando siento que está tibio, empiezo a lavar.
La suciedad está consolidada en la superficie de la vajilla, las horas han hecho su trabajo. Observo cómo la grasa se disuelve, cómo los restos se despegan de a poco. Trato de imaginar en qué lugar del planeta se vuelve a juntar y solidificar esta mugre.
Lavo hasta el último plato. Continúo con el barrido del piso. Ya son las seis y cuarenta. Sigo esperando. Pienso que bien podría haberme puesto con el informe, si esta persona hubiera tenido la decencia de avisarme de su demora. Me siento en la necesidad de criticar al país, a las costumbres insufribles, a la incapacidad para percibir el universo del otro.
Reviso nuevamente el celular. No se ven mensajes ni notificaciones. Decido que ya es hora de hacer una llamada. Pulso el contacto en la pantalla, me llevo el aparato al oído y asomo a la ventana. La tarde está cada vez más débil, cada vez más aplastada y diluida por la aproximación de la noche.
No atiende. Sigo mirando por la ventana, observo desde lo alto el creciente flujo de vehículos. En una hora será un caos, como siempre.
Voy al baño. Cuando tiro la cadena, alcanzo a ver un pequeño charquito de agua a un costado del inodoro. Me agacho. El caño flexible tiene una mínima rajadura por la que se filtra un goteo leve pero constante.
Se me ocurre la desafortunada idea de improvisar un tapón. Mientras manipulo el caño, no logro hacer otra cosa que expandir el agujero y agravar el problema.
El agua se acumula en el piso del baño. Se me mojan las zapatillas y parte de la ropa. Busco una toalla y un recipiente de plástico y trato de contener el ahora no tan leve goteo, pero fracaso nuevamente. En el intento de colocar el recipiente para que el agua caiga dentro de él, le doy un golpe al caño flexible. El agua empieza a brotar intensamente y se escucha sonar la melodía del portero eléctrico.
Por la ventana apenas abierta del comedor entran los ruidos del tráfico, junto con los últimos retazos de la tarde. El cielo se pone cada vez más oscuro, cediendo el paso al reinado de la luz artificial. Después de unos segundos de confusión, dejo la toalla en el piso y me apuro a cortar el agua del baño.
La melodía vuelve a sonar. En cuestión de segundos, logro dejar el baño limpio y seco, pero todavía tengo que cambiarme la ropa. Mientras camino hacia la habitación, se escucha sonar el timbre por tercera vez.
Me quedo inmóvil unos segundos. Por alguna razón, se me viene a la mente la frase que leí hace más de una hora: “el ritmo, marcado y minucioso, en que se iba convirtiendo en polvo.” Mientras estoy parado en medio del pasillo que va desde el baño a la habitación, voy tomando conciencia de mi cuerpo, del momento del día, de las circunstancias. Me doy cuenta de que no tengo ganas de recibir a quien está tocando el portero. Si bien no se trata de un encuentro formal, la manera en que se dieron las cosas me deja un amplio margen para justificarme.
Suena mi teléfono. Apago las luces del departamento y desaparezco, como desaparecen también los últimos rastros de sol entre los edificios.
Imagen tomada de Unsplash

Me encantó ??
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Gracias!!
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Qué bien construida está la espera, ese limbo donde el tiempo se estira y cada mínima decisión se siente trascendental. La mente divaga entre lo trivial y lo profundo, como el agua que al final desata el caos. Y el desenlace, tan sutil como contundente, lo dice todo. ¡Magnífico!
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Gracias por tu lectura y tu generoso comentario, un gran saludo!
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