Estoy convencido de que hay demasiadas cosas en este mundo, pero no puedo decir exactamente cuáles sobran. Yo podría pensar, por ejemplo, que sobran aquellas cosas que jamás he usado, como es el caso de los helicópteros y las retroexcavadoras. Sin embargo, no hace falta ser muy lúcido para darse cuenta de la arbitrariedad de mi razonamiento. El hecho de que algo sea o no sea utilizado por mí no nos dice nada sobre su importancia en este mundo. Además, la existencia de las cosas que yo uso depende de la existencia de muchas otras que jamás he utilizado y que tal vez nunca conoceré.
Se me ocurre, entonces, que una buena idea sería suprimir los objetos meramente embellecedores: los adornos, fragancias, melodías, decoraciones y ornamentos. Remover de nuestros cuerpos y de nuestro entorno todo aquello que no cumpla una función específica (la función de embellecer, en este caso, no sería considerada una verdadera función). Esto sí que podría descomprimir la sobrecarga de cosas que padece nuestro planeta, a la vez que podría llevarse a cabo en poquísimo tiempo, si todos estuviéramos dispuestos a colaborar.
Sin embargo, parece que los objetos meramente embellecedores, a pesar de ser inútiles, están en todas partes. La especie humana tiene una curiosa e incomprensible predilección por ellos. Incomprensible, vale aclarar, no para las personas que los producen y los demandan, sino para quienes quisiéramos beneficiarlas con un mundo mejor.
Teniendo en cuenta, entonces, esta omnipresencia del embellecimiento, no puede descartarse que el buen ánimo (o incluso la felicidad) de los miles de millones de seres humanos que habitan la tierra dependa en última instancia de los adornos que pueblan los espacios públicos y privados, así como de las fragancias y melodías con que se estimulan cotidianamente, o tal vez de las fachadas que cruzan todos los días de camino a sus obligaciones y quehaceres. En este caso, suprimir el enorme y abarrotado universo de lo inútil podría tener consecuencias catastróficas en el universo de lo útil.
En este punto, advertirán ustedes la dificultad de mi proyecto de simplificación del mundo. Si no me atrevo a suprimir cosas como un perfume o un florero, sospecho que finalmente no me atreveré a suprimir nada. Todas las cosas parecen tener, sino una verdadera razón, al menos una excusa convincente para existir.
Simplemente…sencillo!!!…Todo un desafío la simplificación. ..Por elección o destino!!!…Muy interesante!!!…Gracias….
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Muchas gracias por sus lecturas y comentarios. Saludos!!
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Mmmmm… yo no sé si podría vivir sin un perfume. Ya sea hecho por una gran compañía o meramente recoger florecillas del campo y prenderlas en la ropa, por ejemplo. Es como una prenda más, un símbolo de identidad.
Así pues, creo que primero deberíamos simplificar al ser humano. Si sabes cómo se hace eso, cuéntanoslo, porfa 😂😂
Saludos cordiales
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Link. saludos y gracias! Franco
j re
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Hace tiempo vi un documental de la guru del orden Marie Kondo que iba visitando hogares norteamericanos para ordenarles las vidas. En la tarea, se juntaban kilos de kilos de basura: el exceso de compra acumulado en los años. Si tan solo compráramos menos, no habría necesidad de deshacernos de nada.
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Así es, gracias por tu comentario!
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Muy buena reflexión filosófica, saludos!
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Gracias por el comentario, saludos!
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