Si no fuera por las ganas de mear, hay días en que no me levantaría de la cama. Las ganas de mear me sacan de ese estado somnoliento y depresivo en que amanezco, son el resguardo fundamental de mi rutina.
Estoy semidespierto, tapado hasta la cabeza, frágil. Me aferro a esta situación como quien se esconde de los más temibles perseguidores, siento la cama como un refugio ante el mundo. Decido no salir de mi envoltorio, no someterme nunca más a la exposición, a la torpeza, al infortunio.
Pero me dan ganas de mear. Doy vueltas en la cama, intento volver a dormirme, hasta que finalmente admito la necesidad de ir al baño. No puedo mearme encima, porque arruinaría mi refugio.
Cuando abandono la posición horizontal y camino hasta el inodoro, las ideas empiezan a reacomodarse, como si fueran un líquido dentro de mi cabeza. Al momento de tirar la cadena, ya se me da por pensar que tengo ganas de lavarme la cara, de prepararme un café y hasta de ponerme los zapatos.
Uaaahhhh!!! Qué bueno!
No podría estar mejor descrito. Esa sensación de no querer abandonar la crisálida de la noche pero que, una vez en pie, se nos automatiza la vida.
Un abrazo.
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Gracias por pasar, me alegra que te hayas sentido identificada 🙂
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Oye, ¿cómo sabes que eso me pasa? es irremediable, siempre me prometo regresar otro rato, pero no, ya no me da la gana. Ja, ja, ja, ja.
Un gusto leerte.
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Se ve que es algo universal 🤣
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Observo que eso nos pasa a la mayoría, por otra parte banditas las ganas de mear porque sino imagínate. Muy bueno . Buen finde.
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Realmente nos salvan la vida jaja
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Lo más difícil siempre es dar el primer paso, siempre ayuda un empujoncito.
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Así es, gracias por pasar!
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