Hay que dejar de ver el aburrimiento con tan malos ojos. La lucha obstinada contra el aburrimiento nos vuelve más débiles y tontos. Mantener cierta integridad psíquica en el mundo de hoy exige una disciplina para la que no estamos preparados, exige un desapego cada vez más violento. Lo contrario es la proliferación de la sordera institucionalizada, es abandonarse a la serie infinita de lo que no importa, al esquivamiento frenético de las horas. Lo contrario es conmoverse por un zapato, llamar poesía a los carteles de gaseosa, confundir el amor con el énfasis o con el cálculo de ganancias y pérdidas.
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