Nada se compara con esos momentos en que logramos vivir a cara descubierta, dejar a un lado las infinitas formas de disimulo aprendidas con tanto esfuerzo y dedicación. No es todo el tiempo ni tiene por qué serlo, pero cuando sucede finalmente podemos observar la ingeniería celestial como quien forma parte de su sofisticada indiferencia, podemos sentirnos en última instancia protegidos por el desinterés de los edificios y de las órbitas planetarias. Cuando entendemos que la luz no tiene la más mínima intención de ayudarnos a encontrar los anteojos, nos cambia la vida.
Imagen tomada de Unsplash
Me encantó!
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Gracias!
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Franco leo siempre lo que publicás. Tengo por costumbre «juntar» varios escritos tuyos y hacerte algún comentario. Sos muy bueno escribiendo, pero particularmente hoy con «El desinterés de los edificios» estuviste bárbaro. Dijiste algunas cosas que forman parte de mi manera de vivir. Por ejemplo: «Cuando entendemos que la luz no tiene la más mínima intención de ayudarnos a encontrar los anteojos, nos cambia la vida» (en realidad esa no es su función y sí nuestra obligación). Loco, seguí así que tenés un futuro brillante. Un abrazo, Edgar
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Muchas gracias Edgar por tus palabras y por tomarte el tiempo de leer mis textos, me alegra mucho que te agraden. Un gran saludo, espero estar a la altura de sus elogios.
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Pfff sin palabras, me encantó.
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Gracias 🙂
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La desolación de la ausencia del propósito, nos hace ignorar la esencia de las cosas…
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Así es, gracias por el comentario!
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Me gusta el texto y la reflexión… En algún momento algún rayito de luz apunta sobre los anteojos.
Saludos!
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Así es, me alegra que te haya gustado!
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